Misteriosa tía Cassandra

Escrita por Marcelo Carter

El velorio de tía Cassandra había acabado por fín. Los familiares y los pocos conocidos que le rodeaban fueron saliendo de casa junto al féretro que fue sacado en andas hacia el automóvil proporcionado por la funeraria el cual esperaba afuera. El pequeño Martín de 12 años se paró junto a la puerta y observaba a los asistentes salir uno por uno. Toda gente antigua, toda bien vestida para la ocasión tal como él con su elegante traje negro y corbata del mismo color. La gente comenzaba a abordar los vehículos que luego irían en caravana al cementerio. Ese era el momento preciso para actuar. Martín se movió disimuladamente y se deslizó por la pared hasta perderse tras la esquina de la casa a pocos metros. Allí, esperó un momento mientras oía los portazos y motores de los automóviles que se ponían en marcha.

La tía Cassandra siempre fue considerada un tanto extravagante y en los últimos meses tuvo un comportamiento extraño hacia Martín, o al menos así lo percibió él de todas maneras. Nunca hubo mayor relación entre ambos hasta que de la noche a la mañana ella comenzó a preguntarle por su vida en la escuela y a interesarse por sus amistades y gustos. El chico sabía que la salud de tía Cassandra no andaba bien y que una misteriosa enfermedad había comprometido su tiempo de vida. Tomando en cuenta aquello le pareció comprensible que la mujer buscara acercarse a sus parientes cercanos y no tan cercanos antes de tener que despedirse de esta vida.

De pronto a sus oídos vino el silencio. Todos se habían marchado ya, con tanta gente que había venido a despedir a tía Cassandra al parecer nadie lo echó de menos logrando así pasar desapercibido. Con toda calma el muchacho dio la vuelta por toda la casa hasta llegar al patio trasero, allí, abrió la puertecilla de una lámpara antigua que colgaba junto a una enredadera. De su interior extrajo un manojo con dos llaves sucias, tal como se lo había pedido tía Cassandra en una de las últimas conversaciones que tuvo con él. Una vez en el interior de la casa nuevamente, Martín se dirigió a las escaleras que conducían al segundo piso. Antes de poner su pie en el primer escalón sus ojos azules miraron hacia arriba con una sensación extraña mezcla de susto y respeto. Se encontraba a solas en casa de su tía muerta y él sabía que no debía estar ahí, pero su propia tía le había dado autoridad de hacer todo lo ya antes descrito. Ella se lo pidió como un favor muy especial y confiaba en que su sobrino no le fallaría, tanto así que no dudó en decirle que encontraría una buena recompensa si seguía sus instrucciones. La madera de las escaleras comenzó a crujir mientras ascendía hacia el piso superior. Una vez en el pasillo su mirada se detuvo en el último cuarto al fondo, aquel que guardaba muebles viejos y otras chucherías. Martín, aún indeciso, acarició el manojo de llaves y dejó pasar varios segundos hasta antes de dar el primer paso en dirección al cuarto. Mientras avanzaba, su mente recordaba inoportunamente todos los rumores asociados a su difunta tía. Sus viajes extraños en soledad a ciudades desconocidas, su afición por coleccionar objetos antiguos y enigmáticos. La preferencia mal vista por algunos que tenía de pasar sus días sola y alejada de sus familiares.
Puso la llave en la cerradura y ésta no opuso resistencia al momento de girar. La puerta se abrió y ante sus ojos aparecieron varias figuras espectrales que resaltaban en la oscuridad, a los pocos segundos estas se revelaron por lo que eran: muebles cubiertos con sábanas y mantas blancas. Martín atravesó el cuarto en medio de aquellas siluetas que parecían observar cada uno de sus pasos. Al fondo de la habitación encontró otra puerta que quedó al descubierto tras remover un enorme ropero, tal como se lo había confiado tía Cassandra estando en vida. El cuarto oculto por primera vez iba a ser visto por otra persona. El muchacho introdujo la otra llave y la puerta cedió. Se trataba de un cuarto pequeño y asfixiante, como una suerte de pequeño closet. Martín tiró de un cordel y la amarillenta luz de una ampolleta sucia iluminó el espacio. Ante él un enorme espejo de cuerpo entero lo reflejaba, arriba de éste una fotografía del rostro de Cassandra colgaba de la pared. A su derecha, una extravagante jarra herméticamente cerrada estaba apoyada en el suelo y a su izquierda unas hojas enrolladas aguardaban por él. Martín cogió las hojas y mirándose en el espejo comenzó a recitar las extrañas frases que estaban ahí apuntadas. Poco a poco fue encontrando la confianza y el valor necesario para obedecer la última voluntad de su tía fallecida. Los miedos se disiparon y la promesa de obtener poderes sobrehumanos al terminar su tarea despertaron en él una avaricia y egoísmo propios de su corta edad. Sonriéndole a su propia figura en el espejo continuaba pronunciando las enigmáticas frases escritas en esas hojas cada vez con voz más alta. A medida que elevaba el volumen de su voz la luz de la ampolleta titilaba y una leve brisa parecía golpear su rostro. Enceguecido por el éxtasis y la ambición de alcanzar lo inalcanzable terminó de recitar las frases arrojando las hojas al suelo con violencia, luego recogió la jarra y la destapó llevando el misterioso contenido a sus labios. Bebió todo el brebaje. Tras unos segundos pudo distinguir con su paladar que aquel sabor metálico se parecía mucho al de la sangre, lo cual pudo confirmar mirándose en el espejo y al ver su boca enrojecida por el color carmesí. De pronto, la fotografía de Cassandra que colgaba sobre el espejo cayó al suelo.

Se instaló un sepulcral silencio tan solo interrumpido por el vacilante y casi imperceptible zumbido eléctrico de la ampolleta. En ese momento, Martín poco a poco fue perdiendo las fuerzas, se sintió débil y ya no podía sostenerse en pie. El pequeño cuarto comenzó a dar vueltas a su alrededor y creyó que iba a desmayarse, y así fue, solo que jamás tocó el piso. Aterrado, vio su figura elegantemente vestida aún de pie sonriéndole de vuelta en el espejo. El muchacho ya no pudo más, su consciencia desapareció y finalmente fue despojado de todos sus sentidos. La tía Cassandra en cambio se salió con la suya. No fue dificil engañar a un muchacho tan joven y el ritual salió perfecto, así que sonriendo, se arregló la corbata frente al espejo y se ciñó el elegante traje negro. Había vuelto desde la ultratumba y de ahí en más solo tenía que acostumbrarse a su nuevo cuerpo.

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