Marica

Escrito por Marcelo Carter

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Esta es una buena tarde para morir. Cielo Despejado y a campo abierto en mitad de la carretera. Camino de forma torpe hacia un árbol sosteniendo una pistola mientras que a mis espaldas unos policías me gritan y vienen corriendo hacia mí. Supongo que no les hizo mucha gracia mi conducta imprudente y temeraria al volante que hizo volcar un camión en la carretera.

Todo comenzó en la secundaria. Conocí a Esteban en segundo año y claro, su comportamiento afeminado era el blanco perfecto para nuestras burlas y bromas, su forma de hablar, su manera de caminar, etc. Cómo me gustaba juntarme con la pandilla y hacerles la vida imposible a los demás… sin duda fueron buenos años. ¿Creen en el karma? Yo creo que a esta altura ya deberían empezar a creer. Era tanto mi desinterés en los estudios que peligraba mucho de reprobar aquel año y no sé cómo llegué a la absurda situación de que el único que me podía ayudar dándome los apuntes de cierta clase en específico era ni más ni menos que Esteban. Una tarde me di valor y lo llamé por teléfono preparado para insultarlo de la peor forma posible en caso de que quisiera vengarse y se negara a prestarme sus apuntes, pero pasó todo lo contrario. Fue muy amable conmigo y hasta me invitó a su casa olvidándose por completo de todo lo que sucedía en la escuela, como si al estar en ella todo no era más que una puesta en escena con roles y papeles designados, pero afuera todos podíamos ser amigos, sin razón para pelear ni hacer sentir mal a nadie.

Fui a su casa aquella tarde y claro, su recibimiento fue muy amable y atento. Esa sonrisa radiante me dejó confundido y es que nunca antes nadie hasta ese entonces había sido amable conmigo. Nos sentamos en el escritorio de su cuarto, allí él me dictaba sus apuntes y yo lo escribía en mi cuaderno. Su tono de voz dulce y pausado era algo que me encantaba oír. Mientras anotaba me puse a pensar en lo miserable y cretino que había sido con él hasta ese entonces. Me sentí totalmente humillado en su cuarto recibiendo su ayuda y dejé de escribir. Esteban lo notó de inmediato y dejó la lectura a un lado para acercarse aún más a mí y preguntarme qué me pasaba. Para cuando me di cuenta ya nos estábamos besando. Yo no dejaba de temblar, asustado por este nuevo y desconocido sentimiento. Esteban solo sonreía dulcemente y me decía “Tranquilo, está todo bien, tranquilo…”

Fueron buenos años hasta que la secundaria se acabó y cada cual tomó caminos distintos. Yo continué mi vida y me casé, tengo una hija pequeña y un buen trabajo. Pero por una estúpida razón no podía sacar a Esteban de mi cabeza y es que sonará todo lo cursi que quieran, pero fue probablemente mi primer amor… ya saben, ese que nunca se olvida.

Los años pasaron y surgieron las redes sociales. Gracias a ellas pude encontrar a toda la gente que fui conociendo en el camino a mis actuales 30 años. No tardé en encontrar a Esteban. Al ver su fotografía de perfil no pude evitar sonreír, salía con un cigarrillo en su boca haciendo una mueca graciosa y desenfadada. Mientras contemplaba su rostro radiante en la pantalla de mi notebook con mi corazón latiendo a mil por hora, mi esposa apareció en el umbral de la habitación para avisarme que la cena ya estaba lista. Una vez que ella bajó las escaleras… yo me puse a llorar.

Esteban vivía fuera de la ciudad así que hoy por la mañana cogí el automóvil y sin más fui a su encuentro. Vivía en una casa modesta junto a su madre y hermanos. Al verme casi no me reconoció pero cuando lo hizo se puso muy contento, me abrazó como si me hubiera estado esperando de siempre. Me invitó a almorzar y luego pasamos gran parte de la tarde en el patio trasero charlando mientras sus hermanos jugueteaban a nuestro alrededor. Me contó que no había podido ingresar a la universidad después de la escuela por lo que se dedicaba a trabajar en un restaurant en turnos rotativos y estaba juntando dinero para montar su propio negocio, un local de comida vegetariana el cual venía planeando desde hacía ya mucho tiempo junto a su madre. Se veía radiante, se veía feliz mientras me contaba sus planes y eso cada vez me hacía sentir peor… más miserable, más frustrado y enfurecido de no compartir mi vida con él.

Luego vino lo peor, me propuso de pronto ser su socio inversionista y muy entusiasmado me invitó a ser parte de su proyecto de vida. Mientras hablaba me llevé ambas manos a la cara y quise llorar, pero no me salieron las lágrimas. Esteban hizo una pausa y apoyando su mano derecha en mi hombro me preguntó que me sucedía, si estaba enfermo o algo. Me puse de pie y en el acto desenfundé el revolver que había llevado conmigo. No se engañen, en el momento exacto en que me subí al automóvil en la mañana sabía perfectamente a lo que iba. Levante el cañón y apunté a Esteban, él me miraba con la boca abierta y sus ojos completamente desorbitados.

-¿No entiendes, verdad? Me arruinaste la vida. Nunca debiste ser tan dulce conmigo…- le dije temblando.- En la escuela te hice la vida imposible ¿por qué no me mandaste al diablo y ya?

-¡Detente!... ¿De qué hablas?- me preguntó casi en tono de súplica.

-Adiós, Esteban.

Finalmente jalé el gatillo y una bala impactó de lleno en su pecho, pero no cayó al suelo de inmediato. Levantó su mirada y llorando me miraba sin poder entender. El pobre con su mano quiso obstruir el cañón de la pistola en un acto desesperado. Jalé el gatillo por segunda vez y su mano se partió en dos, la bala luego atravesó su cuello. Esteban cayó al suelo agonizando e intentando hablar, pero de su boca solo salían extraños ruidos guturales y gotas de sangre. Posteriormente fui por la madre quien se encontraba en la cocina preparando la cena para más tarde. Le di un balazo en la nuca, me pareció que era lo más decente. Luego obligué a sus tres hermanos menores a meterse en una habitación, les ordené que se recostaran boca abajo y uno a uno los liquidé disparándoles en la nuca al igual que a su madre.

Eso fue todo. Ahora podía volver a mi vida normal ¿no? Pues no, ya no podría siquiera vivir en la cárcel recordando el acto que he cometido. Mientras volvía a casa intentaba convencerme inútilmente que ahora sin Esteban podía ser feliz junto a mi esposa e hija, pero no, eso era imposible. Quise chocar de frente con algún automóvil para terminar con todo de una buena vez y mi conducta imprudente en la carretera llamó la atención de la policía quienes me vinieron siguiendo hasta acá. Y aquí estoy, parado junto a un árbol.

Veo el horizonte y está despejado.

Miro a mi izquierda y veo a Esteban sonriéndome con dos agujeros de bala, es una sonrisa dulce… ¿me habrá perdonado?

Levanto mi mano derecha y deposito el revolver en mi sien. Jalo el gatillo y todo se va a negro.

Sí, al parecer fui un marica.


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