El Indio Novimohk

Escrito por Marcelo Carter

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El sol se hunde en el horizonte lentamente y deja caer sobre aquel desierto un triste color anaranjado. Por la carretera que atraviesa este lugar, un automóvil avanza a toda velocidad y en él se pueden ver a sus dos ocupantes, dos hombres de mediana edad. El que maneja parece concentrado en lo que hace, mientras que el que va junto a él apoya su brazo derecho por la ventanilla a la vez que fuma un cigarrillo de forma despreocupada.

–Lo bueno de Cuentos de la cripta era esa calavera flaca que hablaba, me daba risa…– Dice el copiloto al conductor. 

–Si, bueno yo soy más de La dimensión desconocida –Responde el conductor– Salió antes, creo que tenía mejor calidad. 

–Bueno, hoy en día hay muchas cosas de calidad… 

–¿Cosas como qué? 

–No sé, el otro día estaba viendo una buena serie… pero no recuerdo el nombre… ahmm… 

–No la recuerdas porque sencillamente no era buena, Carlos. Esa es la razón – Responde el conductor. 

–Ya sé para dónde quieres llevar esta conversación, pero no. Mi respuesta es NO. No todo tiempo pasado fue mejor, Francis, estamos en el siglo XXI, acéptalo. –Dice Carlos  

–Eso lo tengo asumido –Responde Francis sin quitar la vista del camino. – Pero lo que te quiero decir es que nada de lo que ha salido estos años va a convertirse en clásico. Ahí tienes la escena musical. Todo lo que existe hoy son productos desechables con auto tune, los artistas ni siquiera son capaces de cantar. Por ejemplo, los Creedence, ellos traspasan generaciones. ¿Ves a que me refiero? Ya no hay originalidad en el mundo. 

–Yo creo la que hay – Responde Carlos mientras bota la ceniza de su cigarro por la ventanilla. – Pero hay mucha gente gruñona y prejuiciosa en el camino que abraza el pasado y tiene terror de perderlo… gente como tú. 

–Ha ha, bien, esto ya se convirtió en algo personal, bueno entonces dime por qué habiendo tantos programas busca-talentos, después con la mayoría de esos chicos no pasa nada –Insiste Francis. 

–La falta de oportunidades es algo que existe desde que se creó el mundo. Te puedo decir eso ¿y sabes por qué? 

–¿Por qué? –Pregunta el hombre a cargo del volante. 

–Porqué antes quise ser escritor…, y sé lo que es pasar hambre. 

–Bueno, Carlos ¿y acaso no se te ha ocurrido pensar que a lo mejor eras un pésimo escritor? 

–Todos los escritores son pésimos para algunas personas, eso no se puede cambiar, pero además tuve la mala suerte de encontrarme con un pedazo de mierda que me hizo muy mala fama. Luego dejé de insistir porque, diablos, tenía que comer haha,y fue cuando llamé a Gastón para que me diera trabajo. 

–Gastón me ha dicho que se conocen de niños- Dice Francis. 

–Así es… somos muy buenos amigos, de no ser por él no estaría aquí. 

Se instala un breve momento de silencio. Los minutos avanzan al igual que la oscuridad en aquel cielo desértico. 

–¿Dónde es el lugar? – Pregunta Francis. 

–Estamos llegando. Mira, es al lado de esos árboles– Le indica Carlos apuntando hacia la izquierda de la carretera 

El automóvil se detiene a un costado del solitario camino en medio del desierto justo frente a tres árboles que se ven bastante secos y a punto de morir. Los dos hombres bajan del automóvil y dirigen sus pasos a la parte trasera del vehículo para abrir el portamaletas. Francis se queda mirando por un instante el trío de árboles sin mucho convencimiento. 

–No te preocupes, más atrás hay un sector cubierto por más árboles, el lugar es perfecto – Dice Carlos. 

Finalmente abren el portamaletas, en el interior se encuentra un hombre amordazado y amarrado de pies y manos. El rostro del sujeto presenta marcados rasgos indígenas, viste un sucio traje blanco y de su cuello cuelgan unos extraños adornos. El pobre hombre llora desesperado mientras Carlos y Francis lo sacan del portamaletas. 

–¡Qué asco!... este mugriento se ha hecho de todo en tu portamaletas. –Advierte Carlos al percibir un desagradable olor 

–¿Ah sí? – Francis le quita la mordaza al indígena – ¿Qué tienes que decir, maldito indio asqueroso?... ¿eh?, vamos… ¡contesta cuando te hablan! 

El asustado hombre llora a mares y parece suplicar en un idioma indígena que los hombres desconocen. 

–Está actuando. El muy maldito si habla español –Comenta Carlos – Gastón mantenía tratos con este traidor. 

–Pues me da lo mismo…–Dice Francis mientras saca del portamaletas una pala para cavar en la tierra. – Si quieres puedes suplicarme en indio, en español, en alemán, pero no te vas a zafar de esta. 

Ambos hombres llevan al indígena maniatado tras los tres grandes árboles secos. Luego, descienden por un roquerío hasta encontrarse con un lugar rodeado por pocos árboles, pero bastante frondosos. Al llegar al lugar Carlos le desata las manos y acto seguido le entrega la pala para cavar la tierra. El indio mira confundido y asustado sin saber que hacer. Francis le pone la pistola en la sien. 

–Cava… haz un agujero en la tierra… ¡apresúrate! – Le ordena Francis. 

El pobre indio vuelve a suplicar en un lenguaje desconocido mientras solloza. 

–¡Te han dicho que caves! – Le dice Carlos empujándolo con una fuerte patada en la espalda que lo bota al suelo 

El infeliz hombre no tiene más remedio que obedecer y comienza a cavar mientras llora por su vida. 

–Malditos indios. –Dice Francis sentándose sobre una roca. – No sé cómo Gastón fue a meterse con este. 

–Así como lo ves, parece que fuera un miserable, pero lograba traer cocaína procesada desde el norte sin dificultades –Responde Carlos – Ni Guillermo Andrés puede hacer eso desde la frontera. Por eso Gastón hizo negocios. 

–Hasta que éste se quiso pasar de listo y creer que podía pasar por encima de Gastón…–Termina de decir Francis. –¿Has escuchado, maldito indio? ¡Con nosotros no se juega!  

En breves minutos el sol acaba por extinguirse en el horizonte dando paso finalmente a la noche. Francis y Carlos encienden unas potentes linternas para iluminar el agujero que aún sigue cavando el indígena, al ver que este aún no es muy profundo Francis se enoja bastante. 

–¿Acaso crees que estamos jugando, maldito pedazo de mierda? –Le pregunta apuntándole con su pistola en la cabeza. 

-Creo que ya está bien. Su cadáver cabe de sobra en ese agujero. Liquídalo que ya tengo hambre. – Dice Carlos encendiendo un cigarrillo. 

–Despídete, miserable indio muerto de hambre. –Le dice Francis. 

Pero en ese momento el horror del indígena es tal que su organismo no puede más y comienza a vomitar. 

–Vaya, desde aquí se ve lo que ha desayunado… – Bromea Carlos sentado desde una roca. 

El hombre permanece de rodillas en el suelo, temblando a causa de los nervios.  

–Vamos que se hace tarde. Mátalo ya. –Dice Carlos sosteniendo el cigarrillo en su mano. 

Francis coge al indígena por la nuca y lo pone de pie justo frente al agujero que había cavado. Carlos se acerca y justo antes de que Francis lo ejecute, este le pide que se detenga. 

–Espera… deja ver esto. – Dice Carlos y de un tirón le arranca al indio un amuleto que usaba como collar. – Es bien bonito. 

–¿Listo? – Pregunta Francis ansioso. 

–Si, hazlo… es precioso. – Dice Carlos examinando el amuleto entre sus manos. – Es de los Novimohks, una raza bastante conocida… 

En ese momento el estruendo del balazo dado por Francis al indio le interrumpe. El cuerpo del indígena cae al agujero y Francis comienza a cubrirlo con la tierra rápidamente. 

–Te decía… –Continúa Carlos en su discurso. –Es una raza bastante conocida, si mal no recuerdo una vez dieron un documental sobre los Novimohks por TV. 

–Pues sí, de seguro si… – Dice Francis terminando ya de cubrir el agujero con la tierra - ¿Eso tiene algún valor? 

–No lo sé, pero me gusta coleccionar cosas. – Responde Carlos guardando el amuleto en su bolsillo. 

–Bien… ¿y entonces McDonalds o Burguer King? – Pregunta Francis limpiándose el sudor de la frente. 

–Mmm…quiero un taco, más atrás había un lugar donde vendían comida mexicana. La dueña es amiga mía. – Responde Carlos. 

En medio del sepulcral silencio nocturno ambos hombres suben ahora por el oscuro camino que conduce a la carretera, pasan por los tres árboles secos y llegan al automóvil. Mientras Francis guarda la pala en el portamaletas, Carlos contempla la limpia y nítida bóveda nocturna que solo el desierto puede brindar. Las estrellas se ven particularmente claras, sin duda es un espectáculo maravilloso. 

–¡Qué espectáculo hay arriba! – Exclama Carlos 

–Vamos, ahora soy yo el que tiene hambre. – Le contesta Francis metiéndose al automóvil. 

Carlos le sigue y una vez adentro Francis comprueba con extrañeza que el motor no quiere arrancar. Lo intenta una y otra vez pero nada ocurre. 

–¿Se ahogó el motor? –Pregunta Carlos. 

–No sé… no creo, llegamos aquí casi cuando anochecía. ¡Demonios, echaré un vistazo! –Francis abandona el automóvil con linterna en mano y abre el capó para examinar el motor. Mientras tanto Carlos comprueba con su teléfono celular que no hay señal en esa zona tan desierta. 

–Genial…–Dice Carlos ironizando sobre la situación a la vez que se lleva un cigarrillo a la boca para encenderlo. 

En ese instante un aterrador aullido se escucha desde las alturas remeciendo las entrañas de la tierra y sacudiendo los tres enormes árboles secos. Francis se golpea en la cabeza con el capó del automóvil por el susto y luego lo cierra, observa a Carlos quien permanece paralizado con su cigarrillo en la boca sin dar crédito aún a lo que acaba de pasar. 

–¿Has escuchado? –Pregunta Francis metiéndose de nuevo al automóvil. 

–¿Qué clase de pregunta es esa?... ¡Todo el maldito lugar se sacudió con ese aullido!..–Responde Carlos asustado- Larguémonos de aquí… 

Francis desesperadamente comienza a girar la llave para hacer partir el motor, pero no lo consigue. 

–Vamos, vamos ¡vamos!... –Dice Francis con angustia, sin embargo, sus esfuerzos son inútiles. 

Finalmente deja de insistir, se queda mirando a Carlos quien permanece callado como si prestara atención a un sonido imperceptible.  

–¿Qué te ocurre? –Pregunta Francis. 

–¡Silencio!… es un ruido raro, es como si……. 

Y en ese momento algo impacta ferozmente sobre el capó del automóvil haciendo que este se levante de las ruedas traseras para luego volver a caer. Los hombres gritan de horror sin comprender que es lo que ocurre aún. Algo ha caído a gran velocidad desde el cielo impactando sobre el automóvil. 

–¡¡Ohh!!...¡¡oh, por Dios noo!! – Grita Carlos al ver que lo que ha caído sobre el capó y le ha atravesado hasta incrustarse en el motor comienza a asomarse por entre las abolladuras, es una criatura viscosa y repugnante. 

–¡¡Larguémonos de aquí!! – Grita Francis, pero con espanto se da cuenta que las puertas están firmemente cerradas. 

La repugnante criatura viscosa y flacucha se pone de pié sobre el ahora destartalado capó y comienza un nuevo temblor subterráneo que poco a poco aumenta gradualmente. 

–¡¿Qué… qué ocurre?!... –Pregunta Francis llevándose ambas manos a la cara a punto de perder la razón. 

–¡¡Algo está saliendo de la tierra!! ¡¡Mira!!! –Grita Carlos apuntando hacia el lugar donde habían enterrado el cadáver del indígena. 

Efectivamente, algo comienza a salir desde aquel punto. Una enorme bestia casi del tamaño de una colina comienza a emerger desde las entrañas de la tierra, la vibración que causa en el lugar es enorme y el automóvil se sacude a gran velocidad.  La enorme bestia sale finalmente a la superficie y se arrastra pesadamente dando pasos mastodónticos en dirección al automóvil. 

–¡¡Oh, por Dios!! ¡¿lo ves?! –Pregunta Francis, aterrado al notar en ciertos rasgos, ya sean físicos o sobrenaturales, una similitud con el indio Novimohk. 

El repugnante ser flacucho que parecía disfrutar del espectáculo se hace a un lado dejando al automóvil y sus dos ocupantes a merced de la mastodóntica bestia. Al encontrarse frente al automóvil, y desde la profundidad de su masa corpórea, nace una latiguda extremidad que rompe el vidrio delantero y atraviesa el pecho de Francis, luego lo jala hacia afuera rompiéndole las piernas. Francis suplica por su vida. 

–¡¡Oooh, Dios mío, ayúdame!!¡¡oh, lo lamento, lo lamento mucho!! –Grita Francis con un rostro desfigurado por el horror. 

Sin embargo, la bestia gigante vuelve a desarrollar otras extremidades viscosas desde sus entrañas y con ellas sujeta de brazos y piernas a Francis, luego las arranca con violencia todas al mismo tiempo. El torso con la cabeza cae al suelo llorando de dolor, pero tras unos segundos entra en shock y posteriormente muere. Carlos intenta huir tras ver el horrendo espectáculo saliendo por la ventana delantera, pero una de las latigudas extremidades le atraviesa la espalda causándole un dolor insufrible, luego es elevado hasta quedar a la misma altura de lo que en apariencia es el rostro de la deforme bestia que lo contempla de una manera muy singular. Una de las viscosas extremidades salidas de sus entrañas hurga en su bolsillo y le arrebata el amuleto que había robado del indígena. 

El hombre clama por misericordia, pero la bestia lo azota en el pavimento de la carretera y lo vuelve a levantar… para luego azotarlo otra vez por 4 veces consecutivas hasta que el cadáver termina reventado en el asfalto. 

La gigantesca bestia lentamente se dirige ahora al desierto y comienza a desvanecerse en el suelo hasta sumergirse por completo en el interior de un torbellino sobrenatural. La criatura flacucha y repugnante que permanece en la carretera junto al automóvil da un feroz aullido que estremece toda el área. Luego, se eleva rápidamente hasta perderse en el infinito del cielo y las estrellas, como si se tratara de una macabra criatura que vino a conceder un favor para luego sencillamente marcharse. 

Es medio día y el alguacil vomita junto a la carretera. Uno de los policías se le acerca con discreción, pues, nunca había visto a uno de sus superiores tan afectado. 

–Disculpe, señor –Le dice el joven policía. – Hemos identificado uno de los cuerpos… 

–Adelante… –Responde el alguacil limpiándose la saliva de su boca– ¿De quién se trata? 

–Es Francis Ignacio Sandoval… trabajaba actualmente como matón de Gastón Azelli. Cumplió 5 años en la cárcel regional por robo a un banco. Hace 3 años que salió en libertad y bueno…vino a parar aquí –Responde el policía leyendo un informe. 

–¿Y qué hay del otro? 

–Bueno el otro está tan… mal… que no podemos identificarlo, señor, el forense ha dicho que necesita recuperar uno de sus dientes para poder analizarlo en el laboratorio y determinar quién es. 

–Bueno, háganlo. Terminen ya y llévense de aquí esos dos cuerpos. –Ordena el alguacil mientras camina hacia la patrulla en medio del sofocante y a ratos insoportable calor del desierto. 


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